"Trato de aprender lo que puedo pero la mayor parte del tiempo la
cabeza se me vuela como un pájaro. Vuela y vuela, cada vez más alto, cada vez
más lejos. No es para menos. La vida zumba y se sacude ahí afuera (…). Cada vez
lo entiendo mejor".
Cómo el león, Haroldi Conti.
Ella (a quién llamaré provisoria y
ficticiamente Luna) sentía que todo a su alrededor giraba muy rápido, tan
rápido que el suelo parecía –por instantes- desvanecerse…El acontecer de los
hechos, las palabras, los tiempos era vertiginoso…
La ahogaba la impresión de no pertenecer
a ese “ahora”…Los espacios se mostraban familiares, pero aparecían como
presentados en un film de ciencia ficción, de esos que con mucha antelación
presagian lo que está por venir.
No comprendía porqué estaba allí. Sus
recuerdos -imágenes y hasta olores que
percibía- provenían de antaño. ¿Algo o
alguien la había transportado, durante un sueño por ejemplo, de su hoy hacia un
mañana? Esa era la pregunta cotidiana, incesante, que por supuesto
continuaba irresuelta…Pero que la desvelaba, la inquietaba y, al mismo tiempo,
la incentivaba.
Sus días parecían, por momentos, una
intensa y desesperada carrera hacia una meta poco clara. En cambio, en otros
lapsos se asemejaban a calmos remansos de esos que habitan aguas cálidas.
En el trato cotidiano con sus
“contemporáneos”, y lo expreso de esta forma por lo que antes mencionaba: “ella
no era de ese tiempo ni de ese lugar”, se extendían abismos amplios y
profundos. Los códigos se compartían parcialmente; siempre se sucedían y
giraban, y giraban, incansablemente ideas absolutamente fluctuantes. Esto la
angustiaba; parecían incomprensibles, o lo que es peor aún, semejaban pasar por
desapercibidas –para la mayoría- aquellas mutaciones en los pensamientos.
Cuando se producían coincidencias, esas a
las que Luna llamaba “acciones mágicas”, un oasis invadía su ser: sus ojos, su
razón, su corazón…parían, derramaban gozo. No eran pocos, pero tampoco eran
suficientes. Aún así, ella no se desprendía de aquella imperiosa necesidad de
concretar el hallazgo. Algo en su interior le indicaba, a veces claramente a
veces a ciegas, cuál era el camino.
Entonces, experimentaba a diario -a
través de observaciones, conversaciones, miradas, abrazos, posturas, muecas de
todo tipo-, interacciones que en algún
punto, según sus propias percepciones, le brindaban alguna que otra pista que
podía llegar a conducirla a la revelación de las incógnitas.
Los años pasan, los días se escurren en
el devenir de las horas, y los minutos, los minutos huyen…Ella sigue allí,
atemporal…Añorando un ayer que no sabe con seguridad si vivió –pero que
anhela-, y transcurriendo un presente que la sorprende, la alegra, la
enorgullece, la desafía constantemente…Pero que también, de vez en cuando, la
decepciona, la lastima, la desesperanza…aunque nunca deja de interpelarla…
En ese mundo de tiempos y lugares
desfasados, en el que algunos –como Luna- sienten no pertenecer al hoy, el
único elixir que sostiene a la vida es la búsqueda de un futuro. Un futuro que,
sobre la base de revisiones minuciosas y permanentes por un lado, y de pasiones
y deseos irrefrenables por otro, se va edificando.